Por Delfina Margulis
No recuerdo exactamente cuándo empezó está fascinación que a veces llamo obsesión. A los quince años ya solía pensar en lo efímero de cada momento que pasaba, en la imposibilidad de saber de antemano lo que luego íbamos a ser capaces de recordar y lo que por desgracia, o quizás por fortuna, iba a caer en nuestro olvido. Luego, durante muchos años la memoria no estuvo entre mis temas recurrentes, hasta que un día volvió, escondida detrás de una historia que aparentemente se trataba de otra cosa, y se quedó para siempre. A veces pienso que me persigue, no mi propia memoria, que irónicamente encuentro cada día más obturada, sino La Memoria, con mayúsculas. Aparece en los libros que leo, en las películas que miro, vuelve en forma de ideas que ya no quiero desarrollar. Me enojo, creo que tengo que escribir sobre otra cosa, pero acá estamos, una vez más.
No sé de antemano de qué trata Del verbo amar (1985) de Mary Jiménez. No sé quién es ella, no sé nada de su obra. Miro la película con la frescura de la ignorancia total y admito que al comienzo tengo cierto prejuicio. No tengo ganas, ese día, de ver una película experimental y las primeras imágenes me llevan a pensar que la cosa va a ir por ahí. Pero en determinado momento la película llama mi atención, de una forma muy simple: ella dice que recuerda.«Recuerdo» dice. Literalmente. Y no sólo eso. Enuncia que va a hablar de su primer recuerdo. Inmediatamente se tiende entre nosotras, separadas por años y distancia, un puente mágico. Ella piensa en su primer recuerdo. Mary es como yo. Nos está invitando a acompañarla en un viaje de vuelta a casa y ese viaje va a estar atravesado por su memoria, una memoria que, como todas, va a ser desordenada y también fue lastimada. Empieza para mí la película.
Luego de ver el sol tratando de asomar entre las nubes su voz en off nos dice que ese es su primer recuerdo, ese sol, esas montañas, los Andes. Describe lo que nos acaba de mostrar, nos da las imágenes que ella quiere tengamos en nuestra mente mientras la escuchamos. El sol, la montaña, los árboles y la neblina. La neblina que nos sugiere que todo recuerdo es brumoso, borroso. Impreciso. El relato del recuerdo empieza y termina con esta neblina. Pero en el último plano de esta secuencia, algo cambia, un camión pasa por delante e irrumpe en la sucesión del recuerdo. Las imágenes se vuelven más nítidas, los objetos más reconocibles. Están los Andes, están las montañas, pero también hay gente, hay rostros que ven la cámara, hay pies, hay camiones, ruedas pesadas que marcan la tierra mientras pasan. Hay vida real presente. Las montañas ya no pierden su forma, el sol ya no las desmaterializa. Y es este el momento que la directora elige para decirnos que a partir de ahora siempre que piense en su primer recuerdo va a pensar en las imágenes de la película.
«Mostraré las imágenes de la cordillera, cuando el sol la vuelve traslúcida.
Más tarde, cuando piense en mi primer recuerdo de los Andes,
serán estas imágenes que vendrán a mi mente».
Hay un relato de un recuerdo y hay también una búsqueda de los recuerdos en el mundo real presente. Me divierto imaginando el proceso de la directora: primero piensa en las imágenes con las que quiere ilustrar su memoria, se propone encontrar con su cámara lo que su mente conserva, después llega al lugar, camina por esas montañas por las que tantas veces caminó a los seis años y se encuentra con mucho más (o mucho menos). Tropieza con un presente que amenaza borrar lo que rememora. Porque nunca coinciden. Ella sabe que fue alguna vez una «niña sin memoria» pero sabe también que esas imágenes mentales son sus recuerdos más lejanos. Ahora busca reproducirlas desde sus ojos de persona adulta. Entonces los recuerdos de la niñez quedan para siempre teñidos de las vivencias nuevas y finalmente de los planos capturados por la cámara.
Pero la película no se trata sólo de la memoria, se trata de su mamá y de su vínculo con ella. Mary vuelve a Perú buscándola, la recuerda mientras recorre los lugares en los que estuvieron juntas, la busca en los objetos que ella usaba y en el relato de sus seres queridos, incluso recrea su funeral para poder ver y vivir algo que no podría recordar porque no estuvo allí. El riesgo de volver al lugar de un recuerdo es teñirlo para siempre. El riesgo de hacer una película de un recuerdo es darle imágenes que ya no van a ser efímeras nunca más. Mary lo sabe, Mary tiñe el recuerdo de su mamá de imágenes nuevas que la ayudan a construir un nuevo vínculo, a sanar heridas.
Al comienzo de la película, o en lo que para mí fue el comienzo, ella nos dice que no encuentra a su mamá en su primer recuerdo en los Andes. No tiene ningún recuerdo de ella en ese lugar. Pienso ahora, días después de haber visto la película, porque es ese entonces su punto de partida. ¿Por qué una película que gira en torno a la memoria de su mamá arranca con un relato de un recuerdo donde ella no está? Claro, precisamente por eso. Nuestra memoria está llena de agujeros, pozos negros de un negro opaco en el que nada se refleja. Pero también está llena de pequeñas imágenes que son como oasis, podemos construir un mundo a partir de ellas. Mary se sumerge en los agujeros y en los oasis para contar / encontrar a su mamá. Construirnos un nuevo relato para sanar las heridas, animarnos a recordar de maneras nuevas. Hacer una película para construir un nuevo relato, que parta de nuestras ideas, de nuestra memoria, de nuestros inventos y que cobre vida propia. Como la memoria.
Más tarde, ahora, cuando piense en su primer recuerdo de los Andes serán las imágenes de esta película las que vengan a su mente y en esta película sí está su mamá.
«Cuando hacemos una película
no queda nada de lo que quisimos hacer
Lo que quisimos hacer ha sido borrado por la película»