Lima, 30 de mayo de 2025
Querida lectora:
La razón por la que te escribo es porque necesito hablar sobre lo que pasó por mi mente al ver "Tacna y Arica" de René Oro. Probablemente dirigiría lo que le diría a ella, pero no sabía cómo abordarlo. Tomé agua, me amarré el cabello porque detesto tenerlo en la cara cuando me concentro, y empecé a ver la película muda.
La propaganda desde una mirada circular y perfecta. Es lo primero que pienso si debo describirla. No me gusta ser hipócrita sobre lo que algo me transmite, pero es inevitable pensarlo cuando tienes una campaña de enaltecimiento al naciente gobierno chileno de 1925. Cien años, cien años han pasado, y a pesar de ello, esta película me parece tan verosímil de ver, ejecutada por alguno de los varios gobiernos que tenemos.
Ahora, no quiero irme por la crítica política. Quiero enfocarme en lo que vi: el estilo de vida representado desde personas de buena posición social, colegios impolutos, recursos agrícolas y pesqueros. La verdad es que no pongo en duda que, en manos de Chile, Tacna hubiera estado bien encaminada; lo que no me gusta es a manera en que, con imágenes tan preciosas de este estilo de vida, quieren vender una idea de lo que es un gobierno. Todo endulzado sabe mejor. Me ha tocado confirmarlo desde mi lado. Rescato mucho cómo, desde el lado de los beneficios de la industrialización o la muestra de las distintas oportunidades para los ciudadanos, logran unirlo con una estética muy distinta a la época. El relato se acompaña de pruebas que muchas veces están rodeadas de un círculo constante.
Te dejo mi postal favorita: todo se ve muy paradisíaco, pero antiguo.
El foco del mensaje de "Tacna y Arica" es claro, y te das cuenta de que es necesario tener obras como esta, que sirven como una reflexión sobre el manejo del discurso con fines más que claros.
Un abrazo y gracias,
Carolina Urdanegui
